«Pigmalión se dirigió a la estatua y, al tocarla, le pareció que estaba caliente, que el marfil se ablandaba y que, deponiendo su dureza, cedía a los dedos suavemente, como la cera del monte Himeto se ablanda a los rayos del sol y se deja manejar con los dedos, tomando varias figuras y haciéndose más dócil y blanda con el manejo. Al verlo, Pigmalión se llena de un gran gozo mezclado de temor, creyendo que se engañaba. Volvió a tocar la estatua otra vez, y se cercioró de que era un cuerpo flexible y que las venas daban sus pulsaciones al explorarlas con los dedos.»
Roberto Viciano Pastor (VP), Rubén Martínez Dalmau (MD) y Juan Carlos Monederos (JCM) deberían preguntarse si en lugar del pedestal —bien merecido— donde los han colocado los bolivarianos en premio a sus asesorías, pudieran terminar enterrando su prestigio en el desván de la historia al verse sorprendidos, como el pigmalión de Daumier, ante la audacia y el desenfado de su “creatura”.
A Venezuela (y después a Bolivia y Ecuador) llegaron con los mismos bríos de sus antepasados, eso sí, sin la Biblia y el crucifijo. Vinieron esta vez con rimbombantes títulos universitarios, petrodólares y maletas llenas de sus propios y viejos rencores: las luchas autonómicas y el antifranquismo. ¿Qué buscaban estos aprendices prometeicos? Intentaremos aclararlo con sus propias palabras y en dos momentos. El primero (I) nos permitirá identificar los aspectos más relevantes de las ideas que han aportado para esta nueva colonización; en el segundo (II) constataremos las distancias que, pasado el tiempo, comienzan a tomar en previsión de virajes inesperados o indeseados.
(I)
LA NUEVA COLONIZACION
En primer lugar, llegaron al nuevo continente para revivir los sueños de revolución trayendo consigo un constitucionalismo que, inocentemente, llaman “constitucionalismo sin padres”. Esta tarea le ha correspondido, especialmente, a Viciano Pastor y a Martínez Dalmau quienes sostienen que, a diferencia del viejo constitucionalismo, que aprobaba constituciones mediante “una concertación de elites, realizada por medio de sus representantes, donde los acuerdos se fundamentaban en unos intereses comunes”1, el nuevo constitucionalismo es primigenio, desordenado, tumultuoso y sin progenitor identificado. En cierta forma, son constituciones nacidas de una orgía social en la que el pueblo, entidad abstracta y en plena efervescencia, engendra.
Debemos imaginar que los profesores consideraron este procedimiento más ajustado a los temperamentos tropicales y, podrían tener razón, ¿quién dice que no es eso lo que le conviene a un continente en el que la paternidad es irresponsable? ¡Vaya a ver usted a quien le reclama mañana por la resaca de día siguiente que acarrearán estas constituciones! Pero eso no será problema de asesores que viven en el primer mundo mientras experimentan con el tercero. ¡Tienen lo mejor de ambos mundos!
En segundo lugar, consideran VP-MD que las viejas constituciones estaban destinadas a perdurar y ello, sorprendentemente, no es una cualidad sino un defecto. Según los asesores, para permanecer en el tiempo esas viejas constituciones debían contener: “los más amplios consensos, y en aras de conseguirlo, evitar los detalles”. 1 Es extraña esta critica.
Veamos el asunto de los consensos
Es curioso que expertos como VP-RD consideren nefastos los amplios consensos. ¿No es acaso eso lo que persiguen las democracias? Sin embargo sus razones tienen: “El encumbramiento exultante del consenso permite que una minoría social dominante condicione las decisiones de la mayoría, que se ve obligada a atemperar sus aspiraciones para conseguir los acuerdos, pues las clases más conservadoras nunca conciertan una constitución que realmente transforme la estructura económica del país en detrimento de los más potentados. Por tanto, los puntos de acuerdo necesariamente acaban siendo pocos… la apuesta no es pues inocente…”.1
De acuerdo con la argumentación de VP-MD pareciera que el consenso no es tal pues lo que se encumbra de manera exultante no es otra cosa que decisiones de una minoría impuestas sobre la mayoría… ¿porqué entonces llamarlo consenso? En realidad tienen razón y, de hecho, lo que describen se llama, más bien, hegemonía. Hasta aquí estamos de acuerdo. Ahora bien, si aceptamos que no es posible llamar consenso a lo que no es otra cosa que hegemonía, entonces también debemos asumir las consecuencias éticas que ello acarrea: si cuestionamos las viejas constituciones porque ese supuesto “consenso” es, en realidad, poder impuesto por una minoría sobre la mayoría, entonces también debemos cuestionar el “consenso” de las nuevas constituciones que imponen las decisiones de una mayoría sobre unas minorías. Poco importa el procedimiento: sea mediante elecciones o por asambleas constituyentes, será hegemónico todo régimen cuyas decisiones se impongan sobre otros. Los entusiastas asesores deberían coincidir con nosotros en esto; de lo contrario, se podría llegar al absurdo de imaginar, por ejemplo, una asamblea constituyente en la cual la mayoría de asambleístas, fervorosos caníbales (igual si son vegetarianos), decidieran comerse a los demás! Puede uno recordarles, si acaso estos asesores revolucionarios lo han olvidado, que la lucha contra la hegemonía, sea ésta ejercida por mayorías o por minorías, ha sido uno de los argumentos esgrimidos en las reivindicaciones de género, de sexo, de autonomía, de justicia y de democracia.
Las consecuencias morales de sus propios criterios no parecen tener importancia para estos ilustres profesores. Pero así de acomodaticia, como de católicos hipócritas, puede ser la ética de estos nuevos revolucionarios. Volveremos en la segunda parte sobre esto.
Consideremos el tema de los detalles.
En este tema se ha destacado, particularmente MD quien considera que toda constitución es ella y su circunstancia. ¿Pensar en una teoría moral o en una filosofía ético-política? ¡Qué va! el nuevo constitucionalismo latinoamericano es creador de constituciones originales y transitorias que, sorprendentemente, son a la vez rígidas y flexibles. Esta complejidad analítica que nos ofrece MD, complejidad sólo comparable (y que me perdone el gran chef) con las creaciones de Ferrán Adriá, quien es capaz de inventar un helado caliente, queda en evidencia en esta cita: “El constitucionalismo de transición implica la existencia de constituciones rígidas y flexibles al mismo tiempo; rígidas, entendido no en el sentido clásico procedimental, sino porque no pueden modificarse sin el consentimiento directo del pueblo, y no (sólo) por medio de sus representantes; flexibles, porque podrán ser modificadas cada vez que el pueblo así lo decida, incluso de forma directa y sin la aprobación del poder constituido como requisito” De allí, pues, lo transitorio: el pueblo podrá ser veleta pero, eso sí, cada vez que cambie de opinión tendrá la razón.
En cuanto a los detalles, MD nos da luces en un artículo de la Revista Tendencia: “La constitución de Bolivia incorpora un altogrado de prescripción valorativa y de principio. Es característicamente principista, y traduce el esfuerzo determinante de sintetizar los valores propios de su realidad plurinacional, mayoritariamente indígena… el artículo 8 enriquece el conjunto de principios partiendo de una voluntad integradora nunca vista hasta el momento: ”. 2 Debemos entender que una constitución mientras más precisa mejor. Así pues, resulta moralmente superior, según MD, que Bolivia haya creado una constitución “indigenista”. ¿Pensar en una constitución para los Bolivianos? ¡Qué va! Muy impreciso. Es cierto que el término “Boliviano” supone muchas confusiones; de hecho, es un paraguas que protegería por igual a indígenas, criollos, mestizos, nacionalizados de todos los colores y creencias… y esto no parece gustarle a este prometeo ibérico.
Hay que admitirlo: los países latinoamericanos merecen la suerte que tienen ¿qué duda cabe?. El que sus elites hayan permanecido insensibles ante las injusticias ha sido inaceptable además de estúpido y, sin duda, el despertar de los excluidos era, afortunadamente, inevitable. Sin embargo, nada obligaba a que esos países se organizaran bajo el reino del resentimiento o, peor aún, que lo hicieran en nombre de deudas importadas, como pudiera ser el caso. Esta idea de que recomponer América latina destruyendo las posibilidades de su unidad al reforzar exclusivamente las identidades y las diferencias resulta criminal, particularmente en países mestizos como Venezuela. Entonces puede uno preguntarse si esta nueva colonización no aporta consigo las huellas de una tragedia ajena, la de los españoles. Tal vez esos asesores llegaron para hacer realidad sus propias frustraciones, esas que no han podido realizar en España, país que tal vez quisieran descoyuntar en trozos vascos, catalanes, valencianos o gallegos.
Más dramático parece ser el destino ético-político al que estos ilustres pensadores han condenado al continente. El valor que le atribuyen al carácter efímero y transitorio de esas constituciones postmodernas, arrastra consigo las reminiscencias de épocas inestables y oscuras en la historia de la humanidad. ¿Qué creen estos profesores que significa cambiar los fundamentos de la vida colectiva con actos electorales repetidos? ¿No es acaso condenar la política a vivir al capricho de la opinión pública? ¿No han tenido suficiente con los fenómenos del fascismo y del nazismo que contundentemente han demostrado que las mayorías y el pueblo no siempre tiene la razón? Lo peor es que con ello se despoja a la política de sus fundamentos ético-filosóficos para hacerla vivir al ritmo de la propaganda y de las encuestas. Peor aún, todo ese tinglado de ideas recubiertas de un dorado ideológico, paraíso ante el cual los pueblos soñadores de América latina sucumben, no es otra cosa que el abandono definitivo de los valores de una política decente y responsable. Aquella que se construye ciertamente con la gente, pero no bajo la efervescencia de una orgía constituyente sino bajo la protección de un debate sesudo y concienzudo, llevado adelante por una sociedad de individuos responsables, donde se midan, con la mayor lucidez posible, las aspiraciones y las posibilidades de instaurar valores útiles para todos. No valores de mayorías o de minorías, sino valores capaces de fundamentar un orden social donde todos y cada uno encuentren su lugar y desarrollen sus potencialidades.
En el próximo veremos las distancias que toman los nuevos conquistadores. Veremos también que los mejores argumentos contra la reforma propuesta por el presidente Chávez en 2007 los ofrecieron sus propios asesores.
NOTAS
1.- http://209.85.229.132/search?q=cache:z9hdXPMxK2MJ:www.scielo.org.ve/pdf/rvecs/v14n2/art07.pdf+Necesidad+y+oportunidad+en+el+proyecto+venezolano+de+reforma+constitucional+(2007)%3C&cd=1&hl=es&ct=clnk&client=safari
2.- http://209.85.229.132/search?q=cache:UUu3yr6_6hYJ:martinezdalmau.googlepages.com/AlterJustitia1.doc+NUEVO+CONSTITUcionalismo+latinoamericano&cd=10&hl=es&ct=clnk&client=safari