sábado, 27 de febrero de 2010

ENTRE EL DESEO Y LA IRA (Una crónica que no habría querido escribir)

La fuerzas del deseo
2009 ha sido un año de inflexión en la “revolución bolivariana”. Cualquiera, con algo de sensibilidad, comprenderá que en Venezuela se está a las puertas de una desgracia.  Desgracia que algunos atribuyen a la incompetencia del gobierno y otros a la desviación consumista de la población.  Lo cierto es que la amenaza dio una primera alerta a comienzos de enero de 2010, durante las pocas horas de racionamiento eléctrico, cuando ¡OH sorpresa!, quedó claro que los cerros iban a bajar de nuevo. De allí que Chávez  revocara la decisión en menos de 48 horas. Entonces, ya Caracas y Mérida se habían convertido en ciudades a punto de combustión.
¿Creerían Chávez y su gobierno que después de haber cambiado las bombonas de gas por hornillas eléctricas la gente en los barrios aceptaría quedarse sin corriente[1]? ¿Acaso no han descubierto que las necesidades son infinitas y que —como decía el viejo Marx, el mismo cuya obra Chávez aún no ha leído— encierran una dimensión histórica y social que impide fijarlas de una vez y para siempre pues su destino depende… ¡Oh gran descubrimiento! de la  lucha de clases en el contexto de la evolución de las sociedades? 
Por ello, en Venezuela,  la violencia política de los últimos años ha estado signada por el deseo de consumo. El antecedente fue el 27 F (El Caracazo) cuando la gente, en lugar de ir a tumbar el gobierno, como ocurrió el 23 de enero del 58, se fue a saquear automercados[2]. Porque la violencia, como las necesidades, cambia con la historia. Basta constatar que la Televisión, inexistente en los años 50, es hoy artículo de primera necesidad para mantener a Chávez en el poder y por ello motivo de violentas persecuciones. Una nueva necesidad, una nueva forma de lucha.
Si. Es posible que el futuro de la revolución se juegue en la escena del consumo. Esto debe atormentar al ministro Giordani quien, a la par de confesar su frustrada afición por los Ferrari de color rojo y amarillo, afirmó que las revoluciones solo tienen mercado en los lugares donde hay pobres.  Evidentemente.
Se puede apostar a que la debilidad del régimen será producto del  “enriquecimiento” de los pobres, quienes han visto cómo se le abren las puertas del consumo. Por ello la electricidad, como el pan en la época de Maria Antonieta, será razón suficiente para una revuelta.  Lo que no se sabe todavía es a quien beneficiará el crimen.

Las fuerzas de la ira.
Mientras en los barrios el consumo (lamentablemente todavía precario) se impone, en las zonas de clase media el empobrecimiento avanza a “paso de vencedores”.
En Caracas, por ejemplo,  el deterioro físico y humano no se puede ya esconder o disimular. La inmundicia y los olores rancios, antaño asociados al Guaire, se esparcen por todas partes, como si las calles de la ciudad se hubiesen convertido en un urinario público. El tránsito es un infierno, no sólo por el tiempo que se pierde sino por las precauciones que deben tomarse. La calle, a pie o en carro, es el reino de la paranoia. Hay quienes recomiendan a los conductores colocarse en el extremo izquierdo de la vía para evitar el robo de relojes y celulares. Otros sugieren lo contrario porque los motorizados transitan hasta por las aceras. En realidad protegerse en imposible y la gente lo sabe. La violencia es ahora una estadística que no discrimina entre pobres y ricos, de allí que, tarde o temprano, todos entrarán en el conteo. Solo es cuestión de tiempo.
Pero, si durante el día el infierno son las trancas, a partir de las 9 de la noche la soledad es la gran enemiga.   Entonces no hay ley ni regla que valga, lo que existe es un sálvese quien pueda. En las sombras, los pocos que se aventuran solo piensan en cómo huir de un secuestro Express o evitar morir como un perro por poseer un  blackberry. Algunos viajan más seguros en carros blindados pues saben que frente a hombres armados pueden huir; pero quienes no tienen protección antibalas se encomienda a dios y circulan a gran velocidad sin detenerse en los semáforos en rojo. Los jóvenes, guerreros inmortales, se arriesgan hasta la madrugada mientras sus padres sufren de insomnio.
Esta estresante rutina, acompasada por las amenazas del líder en la televisión (anunciando que cerrará empresas, multará a los consumidores de electricidad o de agua, expropiará bienes, o lanzará sus milicias a defenderlo), se agita aún más intensamente por la estrechez de la vida. Estrechez de opciones pues cada vez hay menos bienes que consumir (cuando hay papel toilette falta la leche y cuando hay leche no hay café o harina pan y así sucesivamente). Estrechez de opciones porque cada vez hay menos posibilidades de cualquier cosa (menos dinero, menos salud, menos seguridad, menos esparcimiento, menos vida intelectual, menos moral, menos solidaridad, menos amabilidad, menos alegría… Menos y menos). 
 En la Venezuela “bolivariana”, después de 11 años se suman migajas para unos y se resta bienestar a todos. Después de 11 años se sobrevive incubando odios y resentimientos. Y mientras los pobres de los barrios del país descubren que pueden salir del siglo XIX con la electricidad, las clases medias se hunden en la depresión al verse desalojadas, empobrecidas y amenazadas. A los primeros los impulsa el deseo insatisfecho, a los segundos la frustración y la ira. Estas dos fuerzas, son las que pueden signar el futuro de conflictos y de tragedias en Venezuela.  Si algún mensaje vale para Chávez es este: los vientos de todos lados soplan en contra.


[1] Vale la pena recordar que el desprestigio del paro petrolero se debió en buena parte a que, en la época, en los barrios de Caracas la gente cocinaba con bombonas de gas que debían subir a lomo por infinitas escaleras. Esta situación cambió cuando, desde el gobierno, se promovió el consumo de aparatos eléctricos. Algunos entregados gratuitamente en las campañas electorales. Dos datos impactan: 1) El incremento de consumo eléctrico más importante en los últimos años es el residencial. 2) Cerca del 30% del consumo general de electricidad en el país es robado…
[2] Muchos todavía se empeñan, ilusoriamente, en convertir aquella revuelta consumista en la afirmación política de una ideología (socialista, en este caso). Sin embargo, las pruebas están allí. En esos días las masas que bajaron de los cerros lo hicieron para aprovisionarse, para protestar contra la exclusión del consumo a la que estaban sometidas. No olvidemos que el “caracazo” comenzó por ¡el aumento de la gasolina!