La “revolución del jazmín”, revuelta popular protagonizada por los tunecinos, ha tomado por sorpresa al mundo.
¿Quién podía imaginar que la “excepcionalidad” de ese país (isla de laicidad en medio de un entorno islámico, con una creciente clase media y un crecimiento económico promedio de 5% en la década de los noventa y más de un 3% en los últimos años) podría producir una revuelta que desalojaría del poder una dictadura de 23 años? Sin embargo, eso es lo que ha sucedido y Zine el Abidine Ben Ali, en el poder desde 1989 por obra y gracia de una reforma constitucional (2002) que le permitía la reelección infinita, huyó de su país el 14 de enero 2011. Es verdad que Ben Ali no es el primer dictador desalojado del poder. En Venezuela, sin ir más lejos, hicimos huir en la “vaca sagrada” a Pérez Jiménez en 1958 (hecho que, por cierto, celebrará la oposición este 23 de enero). Pero, hay algo inédito en la revuelta de los tunecinos: esta es la primera revolución protagonizada por las clases medias . ¡Eso sí que es extraordinario!
Esa revolución inédita se corresponde con un mundo que ha entrado, de lleno, en la era de la comunicación política instantánea y polisémica, es decir, una época en la que la dinámica social se rige por la inmediatez del sentimiento y por la imprecisión de las expectativas. Nadie sabe a ciencia cierta lo que la gente quiere ni con qué intensidad y, por ello, resulta complicado anticipar y controlar la reacción política.
Puede decirse que, en cierta forma, la clase media es la expresión política propia de las sociedades modernas, complejas e inestables (a veces a niveles caóticos), y que su articulación como sujeto político ocurre al margen de las formas tradicionales (ideologías e unidad de intereses) que antes controlaban y promovían los partidos y las organizaciones políticas.
Obviamente, el desprecio de la teoría y la filosofía política por las clases medias ha impedido comprender el fenómeno que estaba perfilándose. De allí la sorpresa. No obstante, se puede decir que el individualismo, vilipendiado hasta el cansancio por religiones e ideologías, ha encontrado finalmente su cédula de identidad y ubicado su propio canal de comunicación. Ese canal es internet, que no sólo vuelca la energía de las clases medias hacia la ciudad y los “otros” sino que subvierte sus relaciones con el poder (político y mediático). Su fuerza no es fácil de controlar y los beneficios políticos que produce son difícilmente aprovechables por los oportunistas. Su territorio es la calle, su ritmo la instantaneidad y su valor, la independencia. Así, las clases medias, profundamente despreciadas por egoístas, consumidoras e incrédulas, hacen hoy su entrada triunfal desordenando la política del siglo XXI.
Mientras celebramos con los tunecinos la huida del dictador, celebremos también el que la Revolución del Jazmín haya puesto en evidencia este nuevo fenómeno. Celebremos que la afición al consumo y el individualismo adquieran carta de ciudadanía y que no sean sinónimo de indiferencia ni de egoísmo. Celebremos que en las nuevas modalidades de relación social el individualismo pueda tener éxito en las calles. Celebremos que el derecho a buscar el bienestar y la seguridad, derechos por los que la clase media venezolana ha estado luchando durante estos años sean legítimos y realizables. Celebremos ese individualismo libertario que se opone a la deriva totalitaria de los neopopulismos y, confiemos en que al final serán los valores de la libertad individual los que derrumben, una vez más, las barreras de los totalitarismos.
Para los venezolanos será sencillo comprender ahora el temor que el gobierno siente por internet, ese nuevo e indomable articulador de masas y potencial amenaza para su estabilidad. Veremos si los cubanos, altamente experimentados en represión y cuyas tenazas ensangrentadas tienen en la mira a las redes de internet, logran llevarse por los cachos el individualismo de la clase media venezolana. Veremos si el “side step” de Chávez llamando al diálogo, al que se refirió Rafael Poleo en su crónica del 17 de enero 2011[1] da resultado, o si las clases medias, que se han anotado triunfos electorales, sólo le han dispensado un respiro inmediato preparando la próxima embestida.
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